Acudo, ahora que tengo tiempo, a la cita anual que Alcalá brinda a los premiados con el Cervantes. La entrega, como siempre, se celebra a puerta cerrada en el Paraninfo de la Universidad Cisneriana. Los ciudadanos, desde la calle, tan sólo podemos acercarnos a unas vallas que rodean la Plaza de San Diego y, parapetados a nuestro pesar, bien custodiados por ejército y policía, ver pasar a los asistentes.
Llego con la intención de revivir el ambiente que hace unos cuantos años resultaba más cercano y distendido. Pero me temo que hoy todo es tenso y lejano. Muy muy lejano. Dado que no comparto la táctica con que los organizadores alejan al pueblo de este acto y que, por desgracia, debo aceptarlo, decido expresarme acerca de lo que ocurre, aparte de los motivos por los que ocurre. Si las palabras son testimonio de la realidad, pronunciaré realidad.
Recibo como se merece a la comitiva de políticos que va apareciendo, en especial al Presidente de la Comunidad de Madrid, quien se merece toda mi admiración y cariño. Desde el lugar en el que me encuentro no me es posible oír los saludos, también afectuosos, de un grupo de jóvenes que ha logrado llegar cerca de la puerta de la Universidad. Eso les ha costado darse más prisa que yo y tener que dejarse identificar por los policías. Lo que sí puedo escuchar son los comentarios de quienes me rodean, representación creo que fiel de gran parte de los presentes.
"Ahora se quejan estos, pero, anda, que los añitos que hemos pasado nosotros"..., "que grite, que grite, si, total, no le van a oír"..., "éstos son los profesionales del insulto"..., "vosotros, siempre contra el rey y la Iglesia"... A un fotógrafo que, de acá para allá, trata de hacer su trabajo, también le llueve: "por aquí no se puede pasar, ¡haber madrugado si querías estar en primera fila!".
Después de este entrañabilísimo rato, cuando entiendo que ya no puedo sumarme al recibimiento de más asistentes, me retiro y me acerco a la Plaza de Cervantes, donde aprovecho para comprar un libro en la Feria que hoy se ha abierto. Lo leeré, por supuesto, como también leeré a Caballero Bonald, el agasajado.
Una pena que el premiado haya llegado muy temprano a la Universidad y no haber podido verle. Ésa era la imagen que quería traerme a casa. Y una pena también que muchos de los que concurrían ni siquiera se hayan enterado aún de su nombre.
Llego con la intención de revivir el ambiente que hace unos cuantos años resultaba más cercano y distendido. Pero me temo que hoy todo es tenso y lejano. Muy muy lejano. Dado que no comparto la táctica con que los organizadores alejan al pueblo de este acto y que, por desgracia, debo aceptarlo, decido expresarme acerca de lo que ocurre, aparte de los motivos por los que ocurre. Si las palabras son testimonio de la realidad, pronunciaré realidad.
Recibo como se merece a la comitiva de políticos que va apareciendo, en especial al Presidente de la Comunidad de Madrid, quien se merece toda mi admiración y cariño. Desde el lugar en el que me encuentro no me es posible oír los saludos, también afectuosos, de un grupo de jóvenes que ha logrado llegar cerca de la puerta de la Universidad. Eso les ha costado darse más prisa que yo y tener que dejarse identificar por los policías. Lo que sí puedo escuchar son los comentarios de quienes me rodean, representación creo que fiel de gran parte de los presentes.
"Ahora se quejan estos, pero, anda, que los añitos que hemos pasado nosotros"..., "que grite, que grite, si, total, no le van a oír"..., "éstos son los profesionales del insulto"..., "vosotros, siempre contra el rey y la Iglesia"... A un fotógrafo que, de acá para allá, trata de hacer su trabajo, también le llueve: "por aquí no se puede pasar, ¡haber madrugado si querías estar en primera fila!".
Después de este entrañabilísimo rato, cuando entiendo que ya no puedo sumarme al recibimiento de más asistentes, me retiro y me acerco a la Plaza de Cervantes, donde aprovecho para comprar un libro en la Feria que hoy se ha abierto. Lo leeré, por supuesto, como también leeré a Caballero Bonald, el agasajado.
Una pena que el premiado haya llegado muy temprano a la Universidad y no haber podido verle. Ésa era la imagen que quería traerme a casa. Y una pena también que muchos de los que concurrían ni siquiera se hayan enterado aún de su nombre.