El otro día quise lanzarle un guante a mi propia maña artesana. Todo es ponerse, dicen, aunque a veces no parece fácil arrojarse a determinadas obras y ejecutarlas como se espera. Ya había entrado en el territorio de la repostería, en pruebas como tartas, bizcochos, algún tiramisú, y el producto solía resultar bastante comestible, sí, aunque siempre adolecía del toque maestro. La maestría, ay, algo casi imposible de alcanzar.
Este año, para variar, quería intentar hacer algo más sagrado, un dulce de los de toda la vida que no mucha gente se atreve a elaborar en casa. Cuántas veces habré pasado por las confiterías de la Plaza de Zocodóver de Toledo, con sus exquisitas anguilas y sus espectaculares arquitecturas de auténtico mazapán, o frente a pastelerías míticas de Madrid, como La Mallorquina o Casa Mira, y observado, ¡mmm!, con dientes largos y salivación abundante, los mazapanes de sus escaparates. Seguramente, en aquellos instantes mi cerebro, favoreciendo mis pulsiones más trogloditas, inhibía cualquier cuestión práctica relativa al proceso y rito necesarios hasta llegar a adornar sus vitrinas con todas esas maravillas. Eran preciosas y tenían que estar riquísimas. Sí o sí.
Terminada la operación, no sé si el resultado de la suma de los factores es el exacto. Podría decir que tienen pinta de figuritas. Tal vez les falte algo más de azúcar, o les sobre un poco de almendra, o quizás la forma no esté muy lograda y la textura no sea la más habitual o acostumbrada. Puede. Pero están buenas, eso sí. Y dulces.
Este año, para variar, quería intentar hacer algo más sagrado, un dulce de los de toda la vida que no mucha gente se atreve a elaborar en casa. Cuántas veces habré pasado por las confiterías de la Plaza de Zocodóver de Toledo, con sus exquisitas anguilas y sus espectaculares arquitecturas de auténtico mazapán, o frente a pastelerías míticas de Madrid, como La Mallorquina o Casa Mira, y observado, ¡mmm!, con dientes largos y salivación abundante, los mazapanes de sus escaparates. Seguramente, en aquellos instantes mi cerebro, favoreciendo mis pulsiones más trogloditas, inhibía cualquier cuestión práctica relativa al proceso y rito necesarios hasta llegar a adornar sus vitrinas con todas esas maravillas. Eran preciosas y tenían que estar riquísimas. Sí o sí.
Terminada la operación, no sé si el resultado de la suma de los factores es el exacto. Podría decir que tienen pinta de figuritas. Tal vez les falte algo más de azúcar, o les sobre un poco de almendra, o quizás la forma no esté muy lograda y la textura no sea la más habitual o acostumbrada. Puede. Pero están buenas, eso sí. Y dulces.