Se conmemora un siglo desde que comenzase la Primera Gran Guerra. Es momento de recordar, repasar, interpretar, tratar de entender. En televisión, algunos documentales y programas especiales intentan desenmarañar las fibras de una madeja que ya sólo los historiadores pueden desanudar.
Para mí, como para la mayoría, aparte de una inmensa laguna de conocimiento que nunca llenaré, la I Guerra Mundial es una bandada de textos e imágenes. Muchos leímos en los libros y vimos en las fotos y en las películas que fue entonces cuando la crueldad se hizo con instrumentos potentísimos para exacerbar sus consecuencias: millones de muertos entre el fango, el gas, las minas y los alambres de espino.
Estos días ha sido bonito leer una novela que habla de confraternizar en tiempos de guerra, When the guns fall silent, de James Riordan. Cierto es que no ahorra detalles de los momentos más cruentos y encarnizados que pueden darse en una guerra como la IGM. Pero -siempre desde la mirada del joven Jack, de 17 años, quien pasa por la más atroz prueba de madurez que cualquiera pudiera tener que afrontar- también aborda uno de los pasajes más hermosos acaecidos entonces.
Entre los soldados alemanes y los aliados (aquí, concretamente, los ingleses) se pactó una tregua para celebrar la Navidad de 1914. Fue un alto el fuego espontáneo y provisional durante el cual los combatientes se mezclaron para cantar villancicos, jugar al fútbol e intercambiar bizcocho, licores y cigarrillos. Ese mismo episodio se cuenta en la película Feliz Navidad (Joyeux Nöel), del francés Christian Carion, producida hace una década y dedicada a quienes quieren salvar cualquier gota de humanidad que pueda haber en un hombre en mitad de una guerra.
Me gustó la película y me ha gustado este breve libro, repleto de cartas intercambiadas entre el soldado y su familia, haciendo siempre lúcidas observaciones acerca de lo que está ocurriendo. Es destacable, además, que todos los capítulos comiencen con fragmentos de poemas que aportan otros puntos de reflexión.
Hoy, simplificando todo lo interesadamente que puedo, me quedo con los aspectos más emotivos de una Cruzada que no condujo al mundo precisamente hacia la paz.
Para mí, como para la mayoría, aparte de una inmensa laguna de conocimiento que nunca llenaré, la I Guerra Mundial es una bandada de textos e imágenes. Muchos leímos en los libros y vimos en las fotos y en las películas que fue entonces cuando la crueldad se hizo con instrumentos potentísimos para exacerbar sus consecuencias: millones de muertos entre el fango, el gas, las minas y los alambres de espino.
Estos días ha sido bonito leer una novela que habla de confraternizar en tiempos de guerra, When the guns fall silent, de James Riordan. Cierto es que no ahorra detalles de los momentos más cruentos y encarnizados que pueden darse en una guerra como la IGM. Pero -siempre desde la mirada del joven Jack, de 17 años, quien pasa por la más atroz prueba de madurez que cualquiera pudiera tener que afrontar- también aborda uno de los pasajes más hermosos acaecidos entonces.
Entre los soldados alemanes y los aliados (aquí, concretamente, los ingleses) se pactó una tregua para celebrar la Navidad de 1914. Fue un alto el fuego espontáneo y provisional durante el cual los combatientes se mezclaron para cantar villancicos, jugar al fútbol e intercambiar bizcocho, licores y cigarrillos. Ese mismo episodio se cuenta en la película Feliz Navidad (Joyeux Nöel), del francés Christian Carion, producida hace una década y dedicada a quienes quieren salvar cualquier gota de humanidad que pueda haber en un hombre en mitad de una guerra.
Me gustó la película y me ha gustado este breve libro, repleto de cartas intercambiadas entre el soldado y su familia, haciendo siempre lúcidas observaciones acerca de lo que está ocurriendo. Es destacable, además, que todos los capítulos comiencen con fragmentos de poemas que aportan otros puntos de reflexión.
Hoy, simplificando todo lo interesadamente que puedo, me quedo con los aspectos más emotivos de una Cruzada que no condujo al mundo precisamente hacia la paz.