miércoles, 29 de febrero de 2012

Il barbiere y Rossini

Hoy día es posible disfrutar de la ópera en directo a un precio bastante asequible. Hablo de Madrid y más concretamente del Teatro Real. Para conseguir esas entradas hay que estar muy pendiente "de horarios y fechas en el calendario", aparte de hacer un esfuerzo, yendo a la taquilla a horas poco usuales para esos menesteres.

Hace unos cuantos años esto no era así. Para mí fue una alegría enorme poder permitirme una plaza en la Ópera de Viena (la Staatsoper), allá por 2002. Una tarde me pasé por el teatro y vi que se vendían tickets de última hora para quienes quisieran asistir a la función de pie. ¿De pie? ¡Qué demonios, es El barbero de Sevilla!, pensé, ¡por ese precio me atrevo a verla incluso haciendo el pino!

Aquello fue más cómodo de lo que imaginaba y pude disfrutar de la obra desde una posición centrada y a nivel del escenario. La había escuchado varias veces en CD y algunos de sus pasajes han sido siempre de mis favoritos. Es sorprendente que Rossini la compusiera y ensayase, no sin contratiempos, en tan sólo mes y medio, y a contrarreloj, pues la temporada de ópera en Roma tenía que acabar con el último día del Carnaval.

Lo cierto es que el estreno -con caídas de algunos cantantes, la rotura de una cuerda de la guitarra del tenor y la intervención de un gato negro que cruzó el escenario de un lado a otro- fue un fracaso estrepitoso. Pero su autor tuvo los reflejos suficientes como para hacer algunos cambios en la partitura y, por suerte, la siguiente función fue un éxito. Aunque Rossini era muy criticado por ser demasiado moderno y atrevido, aparte de por su juventud, para algunos insultante, muchos le reconocieron su genialidad y el Barbero ha quedado para la posteridad.

El propio Gioachino Rossini también pasó a ella junto al hecho curioso de que en los últimos 40 años de su vida no volviera a componer ninguna ópera más. Hoy se conmemoran los 220 años de su nacimiento.

lunes, 27 de febrero de 2012

Gran cine

Los oscars tienen toda la relevancia que se les quiera dar. La gran industria que riega el planeta de cultura, imaginario y doctrina se regala una fiesta anual en la que se exhibe y realimenta. Mantiene así su presencia en el mundo y se ensalza para su mayor rédito comercial.

Hace unas horas ha concluido la ceremonia de entrega de los premios de Hollywood y esta vez, por suerte, sus dadores se han recreado en el cine, ¡menos mal! Parece que de vez en cuando a la "Academia" le apetece divertirse y pensar en el público desde el lado más recreativo de la "cosa". Premiando a The artist han demostrado sensibilidad hacia la nostalgia y el oficio de los grandes maestros, así como hacia la libertad de sus creadores, quienes se empeñaron en llevar adelante esta historia sí o sí.


Jean Dujardin y Bérénice Bejo brillan como pocos en un nada frecuente blanco y negro -no muchos lo consiguieron con tantos destellos en la era muda o de transición al sonoro-. La música de Ludovic Bource es bellísima y vibrante, un sueño lleno de matices. Guillaume Schiffman, encargado de una fotografía deliciosa, consigue reproducir algo que ya nadie espera encontrarse en una pantalla grande. Y su director y guionista, Michel Hazanavicius, se encarama de un tremendo salto a lo más alto del mundo de la creación.

Con esta película tan grande y arriesgada hoy Hollywood ha homenajeado al cine en sí mismo y al oficio artesano que aún todos valoramos.

jueves, 9 de febrero de 2012

Carta de María Garzón

Esta carta está dirigida a todos aquellos que hoy brindarán con champán por la inhabilitación de Baltasar Garzón.

A ustedes, que durante años han vertido insultos y mentiras; a ustedes, que por fin hoy han alcanzado su meta, conseguido su trofeo.

A todos ustedes les diré que jamás nos harán bajar la cabeza, que nunca derramaremos una sola lágrima por su culpa. No les daremos ese gusto.

Nos han tocado, pero no hundido; y lejos de hacernos perder la fe en esta sociedad nos han dado más fuerza para seguir luchando por un mundo en el que la Justicia sea auténtica, sin sectarismos, sin estar guiada por envidias; por acuerdos de pasillo.

Una Justicia que respeta a las víctimas, que aplica la ley sin miedo a las represalias. Una Justicia de verdad, en la que me han enseñado a creer desde que nací y que deseo que mi hija, que hoy corretea ajena a todo, conozca y aprenda a querer, a pesar de que ahora haya sido mermada. Un paso atrás que ustedes achacan a Baltasar pero que no es más que el reflejo de su propia condición.

Pero sobre todo, les deseo que este golpe, que ustedes han voceado desde hace años, no se vuelva en contra de nuestra sociedad, por las graves consecuencias que la jurisprudencia sembrada pueda tener.

Ustedes hoy brindarán con champán, pero nosotros lo haremos juntos, cada noche, porque sabemos que mi padre es inocente y que nuestra conciencia SÍ está tranquila.

Madrid, 9 de febrero de 2012.
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María Garzón Molina es hija del juez Baltasar Garzón.

Añado: hoy es un DÍA TRISTE.

La alegría de Inés

Una novela de amor... y de rosquillas. Así define íntimamente su autora esta narración, necesaria en una España en la que se quieren silenciar tantas cosas...

Pasionaria y Francisco Antón, Inés y Galán... Galán e Inés. Todos en una lucha común pero también en la suya propia. Su triste derrota nunca mermará sus ganas de hacerse con la vida -¡ah! la vida, en Almudena Grandes siempre la vida-. Toda la pasión volcada en recuperar su España, sometida por Franco y sumida en el terror. Un bonito sueño que ilusiona a quienes desean reconquistar la libertad y devolvérsela a su país. Y el disfrute junto a los fogones, las ganas de cocinar para paliar la tristeza, combatir la ansiedad, recobrar la seguridad... y la alegría.

La Historia también se cuenta así. Por supuesto. Hay hechos de los que nadie ha querido hablar durante mucho tiempo -evidencian la debilidad e incompetencia de muchas de las personas implicadas en ellos-. Mezclar realidad y ficción en una novela escrupulosamente respetuosa con lo acaecido en torno a la invasión del Valle de Arán por el ejército republicano en 1944 es una buena forma de darlo a conocer.

El libro engancha desde las primeras páginas, incluso sin que Inés ni su espíritu libre o Galán y sus camaradas guerrilleros hayan aparecido aún. Después de crecer en intensidad, adolece del freno que imponen algunas pausas de descripción histórica que, tal vez, podría haberse incluido recopilada como un apéndice final. Quizás esas rupturas del clímax narrativo hagan inevitable que muchos añoren el pulso conseguido por la autora en su grandísimo éxito El corazón helado.

Aun así, ellos y yo seguimos hambrientos de conocimiento. Por eso esperamos ya la salida de El lector de Julio Verne, el segundo volumen de esta serie de desconocidos Episodios de una Guerra Interminable que la Grandes ha arrancado tan dignamente.