Volver a Venecia siempre es un placer. Caminar junto a sus canales, dejarse deslumbrar por la luz y sus destellos infinitos que saltan entre campos, palacios y puentes, entregarse al hechizo y saber perderse. No importa no encontrarse si el extravío es ansiado.
Leer la nueva novela de Ana Alcolea tiene algo de ese anhelo. Que ha sido el mío y también el de Ángela, la escritora que la protagoniza. Ella desea perderse en esta ciudad con la intención de darles vida a sus personajes y darse vida a sí misma. Por los canales de su Venecia irán fluyendo reflexiones acerca de muchos aspectos de su vida, además de la peripecia de los personajes que habitarán su creación.
Bajo el león de San Marcos es el juego de espejos y reflejos que su autora encuentra en la propia Venecia y en la vida misma. Para su Ángela traspasar el espejo parece posible cuando lo real da alas a la ficción, y de ésta vuelven los objetos para integrarse en el lugar del que salieron tal vez. La pintura. Los pintores. La realidad de algunos retratos remite a ciertos personajes o inspira otros tantos.
De la tinta de Ángela veremos surgir a la Angélica niña, junto a quien maduraremos dentro de una suerte de fábula llena de sueños y aprendizaje. Interviene ahí la habilidad de Ana para recrearse en ese juego de espejos y reflejos del que tanto disfruta. Así, cada paso de Ángela por la Venecia actual es un paso de Angélica en busca de su vida. Cuando Angélica descubre con caricias de jabón perfumado cada palmo de su piel receptiva, Ángela busca en la suya la memoria de otras pieles. Y la sensualidad del deseo irreprimible de aquélla es para ésta pasión ocasional e inevitable, por consentida.
En Bajo el león de San Marcos la Venecia actual nos devuelve a la del siglo XV, permitiéndonos conocer a Caterina Cornaro, quien fuera reina de Chipre, Armenia y Jerusalén. Interesantísimo personaje y magnífica figura. Su Serenísima fue hogar dorado de patricios, seno alimentador de mecenazgos y escenario de los sueños de muchos. Pero fue al tiempo la terrible fiera que codició el Mediterráneo, ejecutora implacable, cloaca para el rebose de las desdichas.
Como escribió Fernando Marías, los sueños son de agua. Perseguirlos y encontrarlos en la ciudad flotante tal vez sea posible para Angélica. Asistiremos a su búsqueda y acabaremos entrando en terreno pantanoso. Llegaremos donde la tierra deja de ser firme y las aguas de la laguna pueden envolver oscuros misterios y alimentar intrigas, meciéndolas con olas que traen el pasado al presente, azotan la costa y se retiran arrastrando algo del hoy hacia el ayer.
Ana Alcolea ha conseguido dar a sus historias la agilidad que requiere el desarrollo de una novela así. Me alegra encontrármela en su propia narración, perteneciente a ninguno y a muchos géneros a la vez y, sobre todo, disfrutar de tantos y tan gozosos momentos de lectura.