jueves, 29 de agosto de 2013

Tomo nota

Me fascina saber cómo cada uno se las apaña para tomar sus notas.

Durante muchos años, aquéllas que no debía correr el riesgo de olvidar iban a parar a mi mano. ¡Sí, a mi piel! Como diestro no ambivalente, algo sin remedio ya, mi tatuaje quedaba localizado sobre la base del pulgar de la zona dorsal de la mano izquierda. Aquéllo era mejor que en la palma, pues no podía permitir que el sudor deshiciera el garabato, a pesar de ser perpetrado con tinta difícil de lavar.

Después, cuando tener una cierta edad empezó a conllevar la vergüenza de lucir la mano pintarrajeada, cualquier papelito pasó a ser de lo más socorrido. Un tícket de la compra, el pedazo de una hoja de calendario ya arrancada, la esquinita de una página del periódico ya leído, la solapa del sobre de una carta del banco que iba directo a la basura, un billete de tren usado, o de avión, o de autobús; una entrada de cine... Era toda una alegría (lo sigue siendo) dar con algo similar cuando aprieta la necesidad de apuntar.
Con el tiempo, dado que los papelitos se los lleva el viento tan ligeros como las palabras, o acaban deshechos dentro del bolsillo no revisado de un pantalón echado a lavar u olvidados vaya usté a saber dónde, he terminado sospechando que las libretas están para algo.

Y aquí llega el dilema: ¿llevar una siempre encima o esperar a llegar a casa para volcar en ella todo lo anotado en esos utilísimos papelitos? Los lomos de las libretas tradicionales son rígidos, a veces incómodos a la hora de guardarlas. Las espirales y canutillos abultan más de la cuenta, se enganchan en las costuras de la ropa y se clavan en el cuerpo. Las que van pegadas en por la parte superior son incómodas a la hora de pasar las páginas: obligan a cuidarse de que éstas se le echen a uno encima mientras escribe.

Llevo tiempo fijándome en cómo cada cual hace lo propio con sus apuntes... ¡Voy tomando
nota de todo!

miércoles, 21 de agosto de 2013

Los apuntes de un viaje

"Me gusta su recibimiento, con ese precioso saludo ritual. Las azafatas son guapísimas y muy elegantes. Tal vez, si les decimos que nos encanta como visten, nos regalen la mantita morada..."

Hoy rescato de entre un montón de papeles el conato de un diario de viaje. Está hilvanado a lápiz sobre la magnífica superficie satinada de un taco de bolsas para vómito (no sé llamarlas de una forma más fina) de la Thai Airways. Ahora leo las palabras que escribí y, con pena, pienso que un diario incompleto es como un pedazo de vida suelto, algo así como una naturaleza errante y errada.


El mencionado intento de bitácora resultó doblemente frustrado. Primero, porque quedó reducido al relato de un trayecto de ida, las notas acerca de uno de los días pasados en Bangkok y unas pocas líneas más, escritas durante el vuelo de vuelta. Y, segundo, el diario se frustró porque ahí sigue, a la eterna espera de ser rescatado del abandono. No dejan de ser unas notas sueltas en un papel adornado con una singular magnolia en sedoso púrpura.

Un buen cuaderno de viaje hubiera requerido, para empezar, ser éso: un cuaderno. Es difícil cohesionar un conjunto de pasajes sin la intervención de un poco de hilo y unas grapas. Además, pasar de tener únicamente un puñado de apuntes a disponer de un buen diario exige la dedicación y el compromiso que yo me dejé en el tintero. Habría sido bonito conservar el recuerdo de templos y ruinas siamesas plasmado en unos bocetos rápidos (y torpes, seguro), aparte de retenido en cientos de archivos digitales que hoy reposan bajo la lápida, también digital, de una carpeta guardada en un disco duro. Por supuesto, habría gozado relatando muchas experiencias, concretándolas en la secuencia numerada de unas cuantas páginas.

Pero nada de eso ocurrió y estas notas enmarcadas en morado, "Thai, smooth as silk", permanecerán así, tal cual se ven, en el limbo insustancial de los proyectos mal improvisados.

sábado, 17 de agosto de 2013

Vergüenza de Europa

Hace dos años, cuando en Egipto Mubarak fue derrocado, los consentidores y valedores de treinta años de dictadura, a saber, Estados Unidos y, cómo no, mi querida Europa, escenificaron algo así como la regresión de una ceguera que les había impedido ver qué clase de amigos habían tenido durante tanto tiempo.

Tras la caída de ese régimen aliado esta Europa sonrojante, menos mal, no se interpuso para que allí llegase a haber un presidente electo. Lo triste, sin embargo, es que desde aquí nadie se aseguró de que nada, como, por ejemplo, un golpe de los militares, truncase la realidad democrática en el país africano.

Hay y habrá muchas críticas contra la victoria de los Hermanos Musulmanes en aquellas elecciones, pero la verdad es que éstas se produjeron y que el pueblo pudo decidir con sus votos. También es cierto que el islamismo ganó terreno en un país que no parecía querer basar su futuro en un modelo de injerencia religiosa en la vida civil. Por si éso fuera poco, la Constitución que se legitimó no dejaba de ser una Carta deficiente que el presidente Morsi se negó a tratar de mejorar.
Cuando Egipto ya se encuentra al borde de la guerra civil  (algo terrible de lo que ningún país acaba de recuperarse nunca...),  con miles de ciudadanos por caer y la sangre de los que ya han muerto corriendo aún, estadounidenses y europeos se echan las manos a la cabeza, denunciando la brutalidad del ejército y la desproporción de su intervención. Y todavía hoy, con Morsi arrestado y el estado de derecho suspendido, esta Europa que ruboriza hasta al más pintado dice que allí no ha habido un golpe de estado y, cómo no, una vez más se sacude de encima la obligación de trabajar para que los egipcios lleguen a vivir en un país libre algún día.

Parece que todo da excusas a Europa para meterse donde no la llaman o desentenderse de lo que no le conviene. En el caso de 2011 fueron las 'revoluciones árabes'. Ahora es la falta de evidencias...

¡Qué lamentable! Me avergüenzo al mirar hacia este tinglado político del que, supuestamente, y según para qué menesteres, España forma parte, aunque eso no me abochorna menos que vivir en un país que da pábulo a tanto cinismo.

viernes, 2 de agosto de 2013

El precio del arte

"Un portal hacia lo sublime". Es la descripción que desde Sotheby's NY se hacía de este cuadro por el que se pagó la desorbitada cifra de 34 millones de euros en subasta.

Hace unos días, visitando la casa museo de Víctor Corral en Baamonde, Lugo, pude mantener una charla con este veterano escultor. Él criticaba la falta de criterio artístico para valorar las obras con las que hoy se mercadea en ferias y galerías. Y no le faltaba razón. No se puede aproximar el arte a los criterios especulativos que rigen, por ejemplo, la bolsa, donde unos pocos gurús deciden que algo podrá pasar de no costar casi nada a ver su precio multiplicado hasta el infinito. Hay, además, una provocación en el hecho de que las revalorizaciones se hagan, curiosamente, sobre obras que acaba de adquirir 'fulanito' o pretende vender 'menganito'. Se desprecia con ello toda la historia del arte y nuestro acervo de seres dotados de sensibilidad. Conversaba con Corral rodeado de sus obras en madera, cargadas de amor, esfuerzo y buen oficio.

A lo que voy es a que en un trabajo que pretende ser considerado artístico, para empezar, no puede hallarse dicha pretensión. Y no quiero decir que el artista deba renunciar a serlo, pues necesariamente tiene que haber en él la intención de hacer arte y de trascender. Sin embargo, su obra nunca deberá resultar pretenciosa, lo cual será siempre una cuestión de esencia, de entrañas. Por otra parte, tendrá que haber en esa obra una interpretación de la realidad, un filtrado de la misma a través de una mirada singular. Sin ese acercamiento al mundo y sin esa voluntad de multiplicarlo y de hacerlo crecer no hay arte. Además, tengo la certeza de que no puede faltar esfuerzo en el hecho artístico y de que su valor radicará necesariamente en él.

Las tasaciones, supongo, tendrían que ser siempre relativas, tomando en consideración los precios de las obras que universalmente se han reconocido y evaluado. Por eso, desorbitada es la suma a la que no se puede dar explicación cuando, tomando las forzosas referencias, sacar conclusiones acerca de su congruencia es una tarea imposible.

Por cierto, el cuadro es de Barnett Newman y se titula Onement VI (1953). Podrá gustar poco o mucho y transmitir más o menos sensaciones..., pero ésa ya es otra cuestión.