jueves, 25 de julio de 2013

Ánimo, Galicia

Me desayuno con la espantosa noticia de un accidente ferroviario en Santiago de Compostela. Pepa Bueno habla con un redactor de la Cadena SER que, en pasado, explica cómo pudo acceder al área donde todo ocurrió. Me alarmo.

Me desconcierta que, aunque no sea un incidente que yo ya conozca, se refieren a él como un siniestro histórico, de los más terribles que hayan ocurrido nunca en España. El reportero sigue dando detalles sobre el número de fallecidos y heridos, algunas señas del lugar del suceso y explica, además, de qué forma burló las medidas de seguridad para poder narrar en directo lo que allí vio. Habla en pretérito perfecto simple, con serenidad, arropado por la réplica templada de la directora de ‘Hoy por Hoy’.

Algo me choca, y es la falta del pulso que se les imprime a los hechos de actualidad, en especial a las tragedias que ponen a un país patas arriba. Por eso decido relajar mi recién despertada alarma. Pienso que, quizás, hoy, día de la fiesta grande de Galicia, estén recordando en la radio un accidente ocurrido allí tiempo atrás. Y me justifico: “Total, es pleno verano, hay mucha gente de vacaciones y la información del estío se nutre en ocasiones de las fuentes de archivo”.

Pero, seguidamente, Pepa Bueno recibe por teléfono la intervención de alguien ligado al sindicato de maquinistas de Renfe. Es entonces cuando el presente más tajante se hace un hueco junto a mi café. Este señor describe someramente el mecanismo de seguridad de los trenes de alta velocidad, aprovecha para enviar a los familiares de las víctimas un mensaje de solidaridad y añade que aún es pronto para conocer la causa del accidente.

Entonces me queda claro que ha ocurrido. Pasó ayer mismo, sí.

Hace diez días volví de Santiago a Madrid en un Alvia, el mismo modelo de tren que ha descarrilado y en la misma ruta que pasa por Angrois, el lugar en el que aún siguen todos esos vagones diseminados, amontonados, despachurrados; el mismo sitio en el que tanta gente trabaja todavía para salvar vidas. Al pensar en ello el horror me aguijonea y mi mente se vacía, se queda en blanco, como la noche que han pasado cientos de personas en el lugar del siniestro y sus cercanías.

A estas alturas del día he visto ya muchas imágenes espeluznantes, hecho y deshecho nudos en garganta y estómago, además de haber enjugado algunas lágrimas. En este momento sólo puedo esperar que el número de fallecidos no crezca más y querer algo tan dificil como confortar el ánimo devastado de tantos gallegos, viajeros, familiares y amigos de las víctimas.

martes, 23 de julio de 2013

Diccionarios

Te muestras,
me dejas ver,
te dejas ver.

Tus ojos hablan quedos.
Las pupilas dicen,
pestañas que escriben,
tus párpados,
luces discontinuas.

Ambos nos desciframos:
es el lenguaje
y nuestros diccionarios.

Millares de notas,
valores a cientos,
puntos, datos, tildes, censuras.

Hallas una acepción
y yo te aplaudo.
Quien traduzca
atrapará su laurel.

Sin lenguas francas.
Cada cual la suya
definiendo al otro.

jueves, 4 de julio de 2013

¡Guerra a las moscas!

Siete moscas dan vueltas endemoniadas en el aire. Algunas se entrechocan, como si volaran a ciegas. Su espacio aéreo es el de mi dormitorio. Con la ventana abierta de par en par, ignoran la amplitud de su vano. Alguna se empeña en golpear el vidrio y su marco, aunque finalmente acaba saliendo.

Desde la puerta de la habitación hacia adelante, a mi derecha los pies de la cama, llego cerca de la ventana. Hasta lograr expulsarlas he tenido que agitar los brazos como el que calienta para soltar músculos y articulaciones antes de hacer ejercicio. Al mullirlas, aprovecho las almohadas como arma amenazante, cual péndulos o columpios que desafían con llegar a girarse del todo.

Triunfante al fin, me pregunto si las mismas moscas que acabo echando un día tras otro de mi 'comarca' vuelven a invadirla cada mañana cuando decido ventilar. Entonces me acuerdo del abuelo Victoriano y de los utensilios que él mismo fabricaba a partir de unos trozos de malla de plástico y un poco de cinta aislante adhesiva. Eran los matamoscas con mayor eficacia exterminadora que nunca he conocido, aparte de la clave de uno de los pasatiempos más absorbentes que un niño haya probado jamás. Doy fe.

Solo al fin, me dispongo a cerrar ventana y contraventana. Clic, clac. Entonces, advierto que un individuo sobrevuela mi cama. La más lista de las siete ha logrado burlar mi carta de expulsión. La observo: como atraída por una libertad que más bien podría estar fuera (o tal vez dentro), la última mosca acaba posada en el cristal. Quisiera echarla como a las demás pero, me digo, ¡me niego a abrir otra vez! Y decido correr las cortinas.

Ahora está atrapada entre la ventana y una larga caída de tela. Zffgff... ¡Ahí te quedas!, le digo.