miércoles, 26 de septiembre de 2012

Democracia de un minuto

Ayer estuve presente en la protesta que tuvo lugar frente al Congreso de los Diputados. Fui libre de llegar al lugar cuando quisiera y de marcharme cuando me diese la gana, sin ligazón alguna al Movimiento 25S, sin convocatoria expresa ni directa por parte de nadie y tristemente consciente de que los derechos, libertades y logros de la clase trabajadora están siendo salvajemente recortados por los personajes de este teatro político al que seguimos dando legitimidad.

No fui libre, sin embargo, a la hora de circular por las calles de Madrid como cualquier ciudadano que intenta llegar desde un punto hasta otro por el camino más corto posible. Fue bochornoso tratar de rodear el Congreso y verme obligado a dar una vuelta desmesurada, casi jacobea, ya que todas las calles aledañas estaban cortadas por vallas y más vallas, furgones policiales o agentes a caballo. La presencia de la guardia era desproporcionada, sin duda una auténtica provocación.

La protesta fue ordenada y civilizada, doy fe, aparte de lógicamente airada. Merecen escasa atención los cuatro sujetos subversivos que es frecuente encontrarse en acontecimientos de este tipo, pertenecientes tanto a la parte manifestante como a la parte de la "seguridad oficial", desde la que, presuntamente, podría haberse espoleado a la otra. Nunca la intención de los presentes fue alterar la paz, que conste. Hoy, qué tétrico, asisto a los debates y tertulias en los medios de comunicación y me sonrojo al confirmar por enésima vez que el panorama mediático en este país está superpoblado por los voceros de la ultraderecha más retrógrada, que califican a todo el que se acercó al Congreso de golpista.

En fin, siento no vivir conforme con los mandatarios que tenemos, ni con el modo en que los elegimos, ni mucho menos con el margen de intervención que se nos permite en la toma de decisiones en este país. Y lo siento de verdad. Nuestra participación en esta democracia, definitivamente, está reducida a un minuto cada cuatro años. Ése es el tiempo que nos tomamos en elegir la papeleta que vamos a meter en un sobre, el cual cerraremos para, acto seguido, introducirlo en la urna que corresponda. Y una vez consumido ese minuto en que, supuestamente, el pueblo es soberano, volvemos a estar sometidos por el caciquismo, la política de familias, la corrupción legal y otros desmanes de los cuales no vemos la hora de librarnos.

lunes, 17 de septiembre de 2012

Cazavampiros

No existe bicho más traicionero que el mosquito: se autoinvita a pasar la noche contigo y te muestra su gratitud con terrorismo del más bajo. Cuando despiertas a la mañana siguiente, vas y te topas con lesiones, como dirían en las noticias, de diversa consideración. O si no, más tarde, alertado por un fino picor, terminas encontrando por doquier las marcas del salvajismo.

¡Vaya nochecita! Aún sigo luchando contra el sopor... Ni el mismísimo Van Helsing trasnochó nunca así para dar caza a tanto vampiro.

1:00 A.M.: "Tenemos un mosquito", palabra de Salvia, alertada por un zumbido. Mientras la que acaba de hablar se da media vuelta para reconciliar el sueño con desenvoltura, servidor enciende la luz y emprende la búsqueda del susodicho. Tras largo rato de safari pertrechado de armas de sainete, acabo encontrándolo agazapado sobre una moldura de escayola del techo. ¡Zas! Se escapa. Vuelta a empezar. Nuevo y largo ojeo, esta vez sin resultados.

3:30 A.M.: "Bzzzzzzzzzzz". Un agudísimo violín me saca con sobresalto de mis azucarados sueños. ¡De esta no sales vivo, maldito chupasangres! Incorporado de nuevo  -omitiré los detalles sobre mi escueto atuendo-, vuelvo al acecho. La batida acaba dando su fruto y el trompetero da la cara agarrado a una puerta del armario. La que duerme a mi lado no se despierta. Una nueva escalada armamentista me ha puesto en las manos su pantalón vaquero. ¡Zas! La tela tejana funciona y el bicho cae. Vuelvo a la cama con la satisfacción del que sopla el humo en la boca del revólver.

6:00 A.M.: "Tenemos otro mosquito", palabra sin desperezar de Salvia. Esta vez el zumbido vuelve a sacudirla a ella, anticipándose al pitido de su despertador. "No puede ser... ¿otro más?", pienso en abstracto, con cientos de bostezos en las ideas. Lo único que soy capaz de concretar ahora es una determinación: "No voy a moverme del colchón".

Diosss... acabo de encontrarme dos picaduras en un talón, otra en la cara interna del muslo derecho y el habón de uno de mis nudillos pica que rabia. Esta noche volveré a la carga y, por si acaso, me bañaré en repelente.