lunes, 23 de febrero de 2009

And the Oscar goes to...

Hace años -muchos ya- un grupo de amigos y yo buscábamos algo para regalar a otro. El presupuesto era muy limitado, tanto como las pagas semanales que cada uno de nosotros recibía en casa. Éramos adolescentes, estudiantes del desaparecido BUP y, como la mayoría a esas edades, perdidos entre las dudas sobre qué hacer con nuestros respectivos futuros.

Llegaría la noche y nos veríamos en La Chopera, el lugar ideal para celebrar los cumpleaños. Allí uno podía permitirse invitar a unas raciones y unos cuantos litros de las bebidas habituales, siempre a buen precio. Además, si decidíamos llevar una tarta para compartir al final de la sesión, los dueños nos dejaban un cuchillo y platos para todos. Era un bar siempre animado y cada noche podía oírse algún "cumpleaños feliz", mal entonado pero entusiasta, mezclado con los golpes secos del futbolín.

No recuerdo qué acabamos comprando para el cumpleañero. Como el dinero no llegaba para "algo bueno", solíamos cargar con cuatro baratijas que nos parecían simpáticas. Una de ellas acabó siendo un Oscar de plástico, de los que exhiben juntas doradas con alguna rebaba que va de arriba abajo, evidenciando su acabado mediocre. Supongo que hoy siguen vendiéndolas por ahí. "A la mejor madre", "Al mejor abuelo", "Al mejor amigo".

Entonces en Hollywood la fórmula verbal para entregarlos era "and the winner is...", que acabó siendo sustituida por otra más políticamente correcta, "and the Oscar goes to...", tratando de eliminar el matiz más competitivo de la expresión. En nuestra particular entrega debimos hacer el paripé y tal vez nuestro amigo también actuó al recibirlo.

Quizás ese Oscar acabó cogiendo polvo sobre una estantería y nadie nunca más lo sostuvo mientras improvisaba un emocionado agradecimiento. Anoche Kate Winslet dijo que a los ocho años ya fantaseaba ante el espejo del cuarto de baño, recogiendo un bote de champú, supongo que también de plástico, que algún día podría convertirse en el trofeo que ya ha recibido por fin.

Quizás ese Oscar de plástico fue el juguete con el que nuestro amigo, mirándose a un espejo, dejó correr su fantasía más de una vez, soñando con que en la vida acabase ocurriéndole "algo bueno". Tal vez fue su particular bote de champú.

viernes, 20 de febrero de 2009

Cotorras y cínicas

El caso es que se las veía venir. Dos señoras emperifolladas que se adentran en el patio de butacas de la sala y, aunque van diciéndose la una a la otra "elije tú, que a mí me da igual la once que la doce", acaban sentándose justo detrás de nosotros, que estamos en la fila diez.

No me gusta el ruido. Y menos en el cine. Reconozco que me molesta mucho que alguien rasque con las uñas ese aparatoso cartón lleno de palomitas. También que las mastique sacándoles toda su sonoridad -el recital de crujidos puede ser asombroso-. El chocar de hielos dentro de ese gigantesco vaso de refresco también me pone de los nervios. Pero lo peor son los charlatanes.

El otro día la experiencia en The reader no pudo ser completa. O, visto de otra manera, fue de lo más completa. Cuando un par de especímenes como las señoras que he mencionado no es capaz de callarse durante los tráilers y promociones, ¡uff!, la cosa promete ser movidita. Y lo fue. No decepcionaron: todas las idioteces, sandeces y obviedades que pudieron pasársele por la cabeza al escaso público de la sala, ellas dos tuvieron que verbalizarlas. Una tras otra. Nos dolía el cuello de girarnos continuamente para pedir silencio.

Al final, con el corazón todavía encogido, no pudimos reprimir nuestra bronca a las dos pavas, quienes lejos de pedir disculpas y agachar las orejas, tiraron de cinismo: "Si nos lo hubiérais dicho nos habríamos callado". Y, para colmo, una de ellas acabó diciendo que había muchas butacas libres, que si tanto molestaban podíamos habernos sentado en otro sitio.

¿No es para empezar a retorcer cuellos sin parar?

jueves, 19 de febrero de 2009

The reader

La imaginé dotada de un físico más teutón, algo más grave. Sobre el papel me pareció algo más voluptuosa, aunque de carácter seco, displicente de entrada. Hanna Schmitz era otra cosa: no era Kate Winslet.

Ahora no puede ser otra. Ha dejado de ser una mujerona como la que habitó en mi cabeza y ha comenzado a ser la creación de Kate Winslet. El adjetivo es SOBERBIA. Su interpretación de este personaje no se puede definir de otra forma.

La Winslet ha logrado dar a esta pobre mujer infinidad de matices, consiguiendo "leer" entre líneas, extraer del texto de Schlink (y del guión de David Hare, en el que trabajaron también los desaparecidos hace justo un año Sidney Pollack y Anthony Minghella) los detalles que le prestan una humanidad que trasciende. Su Hanna es la que se merecía esta historia, un ser víctima-verdugo que conmueve, que lleva a la empatía, a la incomprensión y a la triste compasión.

De la película, me quedo con ella y con muchas otras cosas. Me gusta que se le haya dado otra estructura muy distinta a la de la novela, cuya fragmentación habría pesado mucho sobre una historia que salta continuamente en el tiempo. Por lo demás, creo que todo está en ella perfectamente encajado. Es una magnífica adaptación del libro, trasladando a la pantalla casi todos sus ángulos con transportador.

Sólo chirría un poco ver y oír en plena Alemania de posguerra algunas palabras escritas y dichas en inglés. Todos los libros que el protagonista va leyéndole a Hanna aparecen editados en inglés. Incluso el "chico", como ella le llama, tiene un nombre tan sajón como Michael Berg, pero en la película nadie lo pronuncia en alemán, sino en inglés. Tengamos en cuenta que es una producción de Alemania y Estados Unidos. Pero me temo que la parte germana de esta co-producción no ha sabido cuidar ese detalle, cedido más bien a la comercialidad del idioma en el que se ha rodado, el de la parte estadounidense.

Excelente.

martes, 17 de febrero de 2009

Ampliando el vocabulario

Acabo de recibir esta aportación, esta inyección de léxico, una genialidad más de Les Luthiers. Ahí va:

INESTABLE: Mesa norteamericana de Inés.
ENVERGADURA: Lugar de la anatomía humana en dónde se colocan los condones.
ONDEANDO: Onde estoy.
CAMARÓN: Aparato enorme que saca fotos.
DECIMAL: Pronunciar equivocadamente.
BECERRO: Que ve u observa una loma o colina.
BERMUDAS: Observar a las que no hablan.
TELEPATÍA: Aparato de TV para la hermana demi mamá.
TELÓN: Tela de 50 metros... o más.
ANÓMALO: Hemorroides.
BERRO: Bastor Alebán.
BARBARISMO: Colección exagerada de muñecas Barbie.
POLINESIA: Mujer Policía que no se entera de nada.
CHINCHILLA: Auchenchia de un lugar para chentarche.
DIADEMAS: Veintinueve de febrero.
DILEMAS: Háblale más.
MANIFIESTA: Juerga de cacahuetes.
MEOLLO: Me escucho.

TOTOPO: Mamamífero ciciciego dede pepelo nenegro que cocome frifrijoles.
ATIBORRARTE: Desaparecerte.
CACAREO: Excremento del preso.
CACHIVACHE: Pequeño hoyo en el pavimento que está a punto de convertirse en vache.
ELECCIÓN: Lo que expelimenta un oliental al vel una película polno.
ENDOSCOPIO: Me preparo para todos los exámenes excepto para dos.
NITRATO: Ni lo intento.
NUEVAMENTE: Cerebro sin usar.
TALENTO: No ta rápido.
ESGUINCE: Uno más gatorce.
ESMALTE: Ni lune ni miélcole.
SORPRENDIDA: Monja en llamas.


Gracias, Marisol, por compartir estas cosillas que, como poco, nos hacen sonreír. Ay... qué gusto da esto de copiar-pegar...

viernes, 13 de febrero de 2009

Torres de papel

Uno deja sobre la mesa un papel, un programa de mano o alguna revista de las decentes. Si cerca de donde uno suele ponerse a trabajar hay espacio, ése va a ser su asiento perfecto. Tendremos el germen, la base que verá crecer la torre. Será el momento más crítico. También el más dichoso. Un edificio acaba de nacer.

Un libro de texto de un curso de alemán que me costaría mucho repasar, varias revistas de suplemento dominical, una funda de plástico llena de documentos, documentación encuadernada con canutillo y acetatos, un folleto de decoración, una carta insustancial del banco, libros de tapa dura y blanda, una agenda del año anterior que no usé, muy buena, por cierto. Y otro sinfin de cosas que me es difícil detallar, por inaccesibles.

Uno puede vivir rodeado de estas torres, como en su Manhattan personal, habiéndolas dispuesto en ordenación urbana pensada, para pasearse agusto por la casa. Y disfrazarse de Godzilla, bramando sin parar mientras intenta encontrar algo entre esa arquitectura del desorden.

Y tratar de extraer cualquier elemento de los que forman las columnas, cuidando que sus cimientos no se meneen. Todo un ejercicio de habilidad. Uno no acaba sabiendo si antes fue su rascacielos de papeles, o el mítico Jenga, que para el caso es lo mismo. Extraer para depositar nuevamente en lo más alto, en la azotea.

Al igual que en Malasia o en China, uno puede competir consigo mismo para ir construyendo la torre más alta. El riesgo de desplome existe, sí, pero el desafío se disfruta. Más y más estratos, unos sobre otros, hasta lograr que la altura del engendro supere la de los demás.

Megatorres.

martes, 10 de febrero de 2009

El arte de mugir

Llevan recorriendo las ciudades durante años. Una noche cualquiera toman un casco urbano y se van aposentando allí donde más les place. Donde más les pace. Porque acaban quedándose a pacer sobre las aceras y en el asfalto.

Hace un par de años descubriendo Lisboa también las descubrimos a ellas. Volvíamos de la Praça do Comércio y, llegando a la altura del Ayuntamiento, las vimos aparecer. Una caravana de tráilers entraba formando una comitiva magnífica. La prensa portuguesa aguardaba pertrechada de cámaras y micrófonos. ¿Qué imágenes grabarían? ¿Qué sonidos captarían? Al momento lo supimos. Los grandísimos remolques se habían detenido y un ejército de operarios se encargaba de remangar las lonas que ocultaban la carga. Allí estaban.

No saltaron a embestirnos. Tampoco nos ofrecieron sus ubres para ser ordeñadas y liberadas de tanto peso. No. Permanecieron allí arriba, como en un escaparate, viéndonos admirarlas. Cada una se había vestido de una forma, con sus propios motivos y colores. Todas parecían orgullosas de presentarse de semejante guisa. Estaban contentas: iban a ser recibidas por el alcalde en acto oficial.

Aquella misma noche, paseando por el Chiado, asistimos a la plantá. Algunas de las vacas que descubríamos horas antes a la cálida luz de la tarde estaban siendo dispuestas a lo largo y ancho de la ciudad de las siete colinas. Era todo un acontecimiento. A partir de aquel momento, durante el resto de los días que continuamos allí, íbamos topándonos con ellas. Se convirtieron en un personaje más de nuestra escapada lisboeta.

Ahora la manada está en Madrid. No son las mismas y hace mucho frío. A las pobres les ha nevado y algunas han sufrido algún que otro ataque vacunófobo.

Aun así van a quedarse. Hasta que haga buen tiempo.

domingo, 8 de febrero de 2009

El lector

Me preguntaba qué tal estaría, pero su título, Der Vorleser, así como mi pobre alemán me echaban atrás. Y ahí seguía, descansando sobre la estantería.

Meses después, buscando un libro, di con uno de un tal Bernhard Schlink que prometía bastante. Y así fue. Me lo bebí, literal y literariamente. Me gustó su redacción ágil, su estructura, su diseño de personajes y su tono. Llevaba tiempo sin leer nada relacionado con la Alemania nazi y sus coletazos, y me sorprendió cómo la novela se internaba de repente en ese terreno, tan negro como inesperado. En una historia de amor como esta uno recibe un golpe directo al estómago al planteársele un caso así, en el que la justicia y la revisión de la culpa reclaman reflexión obligatoria.

Después leí El regreso, también de Schlink y, aunque no me pareció redonda, me alegró ver que un juez -que el autor lo es- no deja de plantearse una y otra vez todo tipo de preguntas sobre el sentido de la justicia e interpretarla con constancia.

Ahora estoy pendiente del estreno de El lector, la adaptación al cine de esa novela que no me atrevía a abrir en alemán y que, sin saberlo en un principio, acabé leyendo traducida. La dirige Stephen Daldry, magnífico en trabajos como Billy Elliot o Las horas. Tengo muchas ganas de ver qué ha hecho y estoy encantado de saber que las buenas historias se tienen en cuenta y siempre hay alguien con el talento suficiente para transportarlas con una cámara.

Pues eso: que se estrene ya.