miércoles, 27 de agosto de 2008

Marcados

Es la anatomía de lo ocurrido. Cada cosa que hacemos va transformando nuestro aspecto. Unas veces se nota y otras no. Cuando exploramos nuestro cuerpo vamos dando con las marcas que va dejando la vida. Algunas son muy fáciles de encontrar: ha pasado poco tiempo desde que algo las ha originado o se muestran con vehemencia, saltando a primera vista. Otras, en cambio, se han desleído con el tiempo, se han reducido en comparación con el resto del cuerpo, que ha seguido creciendo, o han quedado ocultas por el vello o algunos pliegues no deseados.

Son los accidentes de nuestro propio físico. Sólo hace falta ponerse el sombrero de explorador forrado en caqui, las botas de cuero viejo y avanzar centímetro a centímetro intentando hallar las señales de lo vivido. La piel tiene memoria, que diría un dermatólogo. Guarda el recordatorio claro de lo que nos ha pasado y lo expone para nuestros ojos, dispuesta a resucitarlo todo al primer vistazo.

En este dedo de la mano izquierda veo mi paso por aquel albergue de Viena desde el que tuve tan cerca el Schönbrun, donde Maria Theresia, die Kaiserin, quiso reunir a su incontable familia para que siguiesen multiplicándose hasta el infinito.

Un poco más arriba, cerca de la muñeca, me acuerdo de los ratos difíciles pasados hasta llegar a tiempo a inaugurar el Time Festival de Gante. Hubo mucho trabajo y no tantas satisfacciones, salvo la de haber convivido con la gente del Teatro de los Sentidos. ¡Qué grandes son!

En mi pecho se perpetúa un día en una piscina de Villar del Olmo. Aunque hace muchos años que me cuesta tenerlo presente, todavía huelo la sustancia yodada que me pusieron en la enfermería.

Mi frente alude a una varicela. Mientras la padecí sospecho que mis uñas se convirtieron en garras afiladas que no pude parar de "usar". De pequeño, en el cole, alguna vez me hice el interesante vendiendo alguna de esas marcas como la cicatriz que conservaba de una horrible caída. Ya se sabe, los niños y sus heridas siempre heroicas.

Mi rodilla derecha invoca uno de los peores momentos que he pasado nunca sobre el sillín de una bicicleta. Concretamente en Piedrabuena. Una cuesta abajo. Qué suerte tuve de que la hazaña tuviese lugar a finales de agosto, pues pocos días después podría fardar de costra ante a mis compañeros de clase.

Y podría seguir. Claro.

Sólo es cuestión de recorrer con paciencia la superficie de cada uno para obtener un resumen de los hitos de nuestros días. Una autobiografía que se escribe sin pluma ni papel.

lunes, 25 de agosto de 2008

Deporte sin deporte

Terminan los Juegos y sigo sin sentir el gusanillo. ¿Ese bicho lo lleva uno dentro, como de serie? ¿Le entra a uno por algún lado? Si es así, ese lado yo lo debo tener bien cerradito. En fin, sea cual sea ese lugar, creo que le va a costar colarse por él.

Aunque he hecho un poco de todo -sin pasarse, claro-, nunca me he visto practicando un deporte y disfrutando con ello. Mucho mucho, no. Será que de pequeños sólo jugábamos al fútbol y algún otro juego con una pelota en el que yo no era de los mejores. Digamos que más bien mediocre, sin entrar en detalles que me pongan en una evidencia aún mayor -no me gusta sacarme los colores-. Quizás eso me desanimó a la hora de lanzarme a practicar otras cosas con las que haberme sentido bien. Podría poner algún ejemplo, pero no se me ocurre.

Sin embargo, me gusta ver las competiciones en las que encuentro algún estímulo. Puede ser estético, como en la gimnasia o en la natación sincronizada. Puede tener que ver con el sacrificio o el espíritu de superación, como cualquier prueba de atletismo. Tener un componente de precisión y concentración máximas, como el tiro con arco. Incluso tener toda la carga de la tensión de un momento clave, como el final de un partido de baloncesto muy reñido.

El lema olímpico, Citius, Altius, Fortius, afortunadamente, puede aplicarse a muchos aspectos de la vida. El olimpismo, a pesar de haber degenerado en algo adulterado por todo tipo de intereses, sigue teniendo muchísimas virtudes. Aunque ver todo ese derroche de energía y esfuerzo no me va a despertar las ganas de salir brincando por ahí, al menos sí que induce corrientes positivas que me alientan. Y eso está bien.

domingo, 24 de agosto de 2008

De palomas

Hace ya casi quince años que, por prescripción del doctor -que no médico-, unos cuantos universitarios leímos Estatua con palomas, de Luis Goytisolo. No recuerdo mucho de la novela, salvo que había en ella algo de autobiográfico y que remitía al imperio romano en una comparación entre el mundo actual y aquél. Y poco más. Una mañana le comentamos al profesor que el libro nos estaba aburriendo. "Es que lees, y lees, y lees, y no pasa nada", alguien dijo. Dado que las lecturas también eran materia de examen y acabaríamos teniendo que prepararlo junto al resto de los temas de la asignatura, parece que quiso evitarnos el trance. "Bueno. Acabad de leerlo si os apetece, aunque no entrará en el próximo parcial". Con los años supe que aquella novela era Premio Nacional de Narrativa y pensé que, quizás, la habíamos menospreciado. Tal vez no era el momento de leer una historia así y nos costó mucho adoptar el tono y el ritmo propuestos por el autor.

Nunca he sabido distinguir una torcaz de una tórtola. Las dos son palomas, pero debe de haber sus diferencias. De niño salía con mi padre al campo, donde me enseñaba muchos de los secretos que guarda la naturaleza. Gracias a él hoy reconozco cuatro cosillas -pocas, para todas las que me contaba- y puedo disfrutar de mis escapadas poniendo mayor interés por lo que me rodea. En su afán didáctico, siempre avisaba: "Mira, una torcaz". Y, cuando miraba, ésta ya se había ido lejos o yo seguía sin ser capaz de distinguirla de cualquier paloma común.

Okupo un piso frente al cual el alero de un tejado da albergue a muchas, muchísimas de estas aves. Han hecho su vivar de un holgado canalón. Unos cuantos metros de vivienda donde criar a sus pollos durante todo el año. Se las ve entrar y salir, salir y entrar. Aletean sonoramente, con zumbidos amplificados, anunciando que ya se van o que están de vuelta, con el buche lleno tal vez. Dentro de su refugio arrullan, turnándose unas con otras, y los vecinos se dan por enterados de su presencia en casa. Me asomo a la ventana y, como en una de esas colmenas que los científicos han cortado en sección para el estudio de su actividad interior, puedo ver el trasiego repleto de espasmos de todas ellas.

Y su plumón, pegado al aluminio desde el que observo, blanco como un copo de nieve, suave como la nata, vibra con el viento queriendo volar.

jueves, 21 de agosto de 2008

Libros útiles

¿Por qué leemos? ¿Para qué recorremos con la mirada líneas y líneas hechas de caracteres que se casan para adquirir sentido y se divorcian cuando carecen de él? Supongo que para informarnos, para adquirir conocimientos nuevos, o porque sin leer es imposible estudiar. Esa debe ser la parte más práctica del asunto.

Pero también existe otra dimensión. Y en ella escuchamos nuestra voz interior, que adquiere otros timbres, otros colores distintos a los propios. Así nuestros sonidos recónditos se miden con los demás, se ponen a dialogar y se cuentan sus intimidades.

Leer como vía para llegar a la intimidad. Recreados en nuestra soledad, que se enriquece en los contextos imaginados, junto a todas las cosas que existen entre las frases, en los párrafos, en los artículos, en los capítulos. También nuestro aislamiento se hace rico cuando asistimos a los quehaceres de quienes pueblan esos mundos inventados. Invenciones sacadas de la vida misma que ensanchan nuestro mundo.

Qué grandes son las fantasías que descubrimos en nuestra adolescencia, mientras buscamos nuestra identidad. Llenos de dudas y desvelos, nos entregamos a las ficciones para sentirnos alejados de una realidad firme que nos amenaza llena de intransigencia. Y a la vez vamos convirtiendo ese refugio hecho de tinta y papel en un sólido refuerzo para enfrentarnos con todo lo que nos enseña los dientes ahí fuera. Dentro de las fábulas podemos ensayar, hacer experimentos con la gaseosa que siempre nos permitirá volver atrás sin haber arriesgado nada que no pueda salvarse.

En nuestra juventud encontramos necesario ese recogimiento lector para separarnos de quienes impiden que nos reconozcamos como únicos. Queremos apartarnos de las relaciones con nuestros padres o con otros mayores para empezar a descubrirnos. Y si eso nos satisface, acabamos leyendo a todas horas, en todas partes, ignorando que estamos ahí. Empezamos a vivir en otras vidas, en otras historias.

Pero hay un momento en que el poso que tales vivencias han dejado en nosotros pasa a estar en el plano más consciente, a entremezclarse con los detalles corrientes que están en las cosas del día a día. Y así, como en un círculo que se cierra, volvemos al aspecto más práctico que encontramos en leer. Ahí es donde todo lo leído pasa a ser parte de nosotros, empieza a sernos útil.

martes, 19 de agosto de 2008

En busca de lo auténtico

¡Vayamos a todos los lugares remotos del planeta antes que nadie! ¡Vivamos lo auténtico cuando todavía los demás lo ignoran! ¡Jactémonos de conocerlo en exclusiva, de haber sido los primeros en poner su pie allí! ¡Esa huella es la mía: la del primer hombre que pisó aquellas tierras!

Todo ello y mucho más está aquí, encerrado en este pequeño ingenio compuesto de una botonera y un objetivo con lentes que apresan el mundo. Ya verás que no te miento. A las pruebas me remito. Fíjate, qué lugares. Y una vez allí, tampoco sientes que hayas ido tan lejos. De verdad. Puedes pedir la misma bebida que sueles tomar aquí y, si te empeñas, te hablan en tu misma lengua. Ya ves, en el fondo está más cerca de lo que parece.

¿Por qué no nos adelantamos a esas empresas que lo llenan todo de su publicidad, de su mercadotecnia? Que ninguna de sus etiquetas marque uno sólo de los objetos que ahora nos son tan lejanos. Creamos que pueden seguir impolutos para siempre. Que no se apropien de ellos haciéndonos creer que si existen es gracias a su creatividad, su tecnología y su buen hacer. Busquemos lo más exótico, lo más ajeno, alejado -o cercano- a lo que vivimos y respiramos a diario. Protejámoslo de quienes intentan atarle un cordón del que tirar para acercarlo a todo lo que les es familiar. Ellos y sus clientes quieren seguir inmersos en su ambiente inmutable, temerosos de encontrarse perdidos entre tanta novedad, atormentados por el miedo a no reconocerse si les cambiamos el decorado.

Algún día se habrán perdido las pistas de lo que es de acá o de allá. Nos preguntaremos por la esencia de las cosas, que será difícil determinar. Su origen, allí donde nacieron, quedará oculto. Su procedencia, allí donde se fabrican, será lo único que sepamos de ellas. Sólo una etiqueta que ni siquiera habrá conservado un pequeño rastro impreso. Y si todavía existe algún libro lo consultaremos intrigados en busca de algo de claridad.

viernes, 15 de agosto de 2008

Más móviles

Hace unos nueve años, cuando me saqué el carnet de conducir, compré uno. Eran muy baratos. Casi todo su coste era saldo para hacer llamadas o enviar mensajes. Lo quería para llevarlo encima cada vez que cogiera un coche. Sólo por seguridad. No todo el mundo tenía, aunque ya empezaban a ser habituales. Pocos años antes cualquiera que paseaba por la calle agarrado a un móvil era un esnob, un lechuguino. Si no lo necesitaban para sus negocios y el "busca" era todavía la herramienta habitual utilizada por las empresas para localizar a sus empleados, es que eran todos unos engreídos que alardeaban de tecnología pegada a la oreja.

Hoy el móvil se ha convertido en algo casi imprescindible. Tras difundir tu número entre los tuyos, éste pasa a ser la primera opción de quien quiere localizarte. El número de tu teléfono fijo pasa a dejar de existir para casi todos. Menos para los comerciales, que no dejan de insistir tratando de venderte la mejor conexión a internet del mundo o la tarjeta de crédito con la que dejarás de preocuparte por la inflación. Y eso cansa mucho.

Nadie usa ya agendas de papel y tu número fijo quedó apuntado en alguna página olvidada de una de ellas. La tinta ha comenzado a palidecer mientras el papel amarillea. Ya no merece la pena actualizar esas viejas agendas, total, ¿para qué?, pudiéndolo llevar todo en el teléfono. Ahora sólo guardamos dos únicos datos: número de móvil y dirección de e-mail, que almacenamos en sus recipientes correspondientes. Cualquier día, si uno necesita algún dato adicional, siempre puede pedirlo. "Ya te enviaré mis señas por correo electrónico". Pero nunca llegan. Alguna vez uno se encuentra en un lugar remoto y se le ocurre que sería un bonito detalle enviar una postal a alguien. ¿Pero a qué dirección?

Y si te llaman al móvil y éste no está operativo, ya casi nadie se molesta en intentarlo con el fijo. Entre otras cosas porque no está memorizado en su agenda SIM. Todos los huecos de la tarjeta están dedicados a números "portables". No es como antes, que si alguien te llamaba a casa y no estabas, volvía a insistir más tarde. Ahora sabemos que el primer intento habrá quedado reflejado en algún lugar suspendido sobre las microondas y entrará en el móvil receptor cuando éste sea encendido. "Verá mi llamada y sabrá que quiero decirle algo".

En mi caso, el móvil nunca ha sido un objeto al que he tenido apego. O no me acuerdo de encenderlo o, ya conectado, se me olvida llevarlo conmigo. Ahí se queda, en algún lugar de la casa y anejos. Será que no están hechos para mí. Lo siento por quienes intentan localizarme y no siempre lo consiguen. No me preocupa lo suficiente, así que puede pasarse días apagado sin que logre echarlo de menos. Y digo yo... ¿no sigue existiendo el fijo?

miércoles, 13 de agosto de 2008

Pendientes y dependientes

A mi alrededor muchos dedican todo su tiempo a mirar, manosear, abrir, cerrar, teclear, escuchar,... pocos a hablar... Todos centrados en su móvil. Echo de menos los días que los objetos más habituales entre las manos de los viajeros eran libros, revistas, cuadernillos de crucigramas y otras cosas carentes de batería.

No me molesta que se utilicen estos teléfonos de bolsillo. Nos unen y reúnen con mayor facilidad que los de sobremesa. Lo que me preocupa es la patente dependencia que de éste demuestran muchas personas. Me alarma ver a muchos llevándolo entre sus manos, pendientes de cualquier señal que pudiera provenir de él en cualquier momento. Necesitan tenerlo, sostenerlo. No se dedican a otras cosas. Sólo aguardan, esperan, velan.

Posibilidades de comunicación, todas. Comunicación efectiva, prácticamente nula. Es la dependencia que no invita a las palabras. Ésa que mantiene todas las puertas abiertas pero no anima a atravesar ninguna de ellas. Tal vez podrían guardarlo y olvidarlo hasta que algún sonido les recordase que está en algún lugar. Pero ahí siguen, aguardando expectantes a que la posible llamada llegue. O el mensaje. O decidiendo si llamar o no. O repasando los mensajes recibidos. Tal vez los enviados. Y así mantienen caliente el móvil, el objeto en sí mismo, que no el contacto.

Ahí, a su recaudo, se asemejan a una piedra mágica que el brujo debe guardar prieta entre sus dedos, entregándole la energía que mana de sus palmas. Son los escarabajos sagrados que duermen su sueño arropados. El corazón entre las manos. Son las gemas dadoras de fortuna. Hay que acariciarlas bien recogidas y el mimo despertará sus cualidades latentes. Como la luz de la perla atesorada por algún bivalvo. Esa es la luz que todos esperan ver encenderse. Y comenzar a ver en sus sonidos, empezar a oir en su claridad.

Y la espera se llena de ansiedad.

martes, 12 de agosto de 2008

Se nos va

La realidad:

El año se nos va sin darnos cuenta. Apenas. El tiempo pasa embozado, sin dejar que lo veamos. No sé si para evitarnos el mal trago.

La anécdota:

Me he dado cuenta al mirar un calendario que alguien ya tiene fijado en el mes de septiembre. Y advierto que no se ajusta al presente porque la fotografía no es para nada estival. Muestra un valle brumoso donde la silueta de dos rebecos se recorta sobre las laderas de la montaña. No parece que una estampa así sea el motivo más apropiado para un mes como este. Retrocedo en busca de la hoja anterior, la de los meses de julio y agosto. En ella la imagen la protagonizan dos jilgueros que tratan de sacar agua de un antiguo grifo de cobre. Uno de ellos se posa sobre la manilla, como queriendo hacerla girar para abrir el chorro. El otro aletea bajo la boca del grifo, buscando cualquier gota que se haya deslizado desde su interior y pudiera estar pendiendo para regalarle algo de frescor. Prefiero no remontarme más atrás, pues me va a parecer que los meses han pasado más rápido aún.

Mi realidad:

Comencé el año con nuevo estado civil: desempleado. Afortunadamente duró sólo tres meses que, para según qué cosas, se me hicieron eternos. Sin embargo, para otras, fueron cuatro días nada más. Me embarqué en la escritura de una novelita a la que aún sigo dando vueltas. Y más vueltas. Y lo que me queda. Aquellos tres meses únicamente sirvieron para arrancar el motor, ponerlo a punto, engrasar los goznes -si alguien sabe lo que esas cosas son...-, en fin. Para esa tarea el trimestre se hizo muy corto. Y también para otras que no llegué a hacer.

Incertidumbres:

Mirar lo que le queda al año y pensar en las cosas que están por venir puede ser un estímulo, siempre que no se piense que cada vez le queda menos para terminar. Y determinadas cosas podrían no llegar. Y otras no acabar nunca.

Deseos:

Que lleguen las que deseamos que lleguen. Que concluyan las que ansiamos terminar. Y que cada cual se aplique la fórmula como le convenga.

domingo, 10 de agosto de 2008

Hablando de los Juegos

-Oye, Lu, que me gusta mucho lo que habéis hecho en Pekín con esto de los juegos olímpicos. De verdad, quería daros la enhorabuena porque la ceremonia del viernes fue impresionante. Una auténtica maravilla que nos ha dejado a todos asombrados. Qué belleza. En algunos momentos se nos ponía el vello de punta y tuvimos esa sensación de la emoción que sale del estómago y sube hasta la garganta, pero uno la ahoga por pudor más que nada. Todos esperábamos ver algo grande, que los chinos para esto sóis muy buenos ¿eh?, pero habéis superado cualquier expectativa. Menuda sincronización de movimientos, qué vestuario, qué música. Muy bien. De verdad, Lu. Y, además, nos han entrado ganas de ir a China, con esa mezcla de tradición y modernidad que tan bien nos habéis enseñado. Oye, y el que ha dirigido todo eso es el que ha hecho todas estas películas tan bonitas, las de las dagas voladoras, que nos gustó mucho, y la de la flor dorada... de ésa sólo hemos visto un trocito, pero debe ser también muy buena. Se nota que él ha estado ahí, en la ceremonia, con tantos miles de bailarines y acróbatas en el estadio del nido. ¿No es el tal Zhang Yimou? ¿Cómo se dice en chino?

-Yan I Mo.

-Yani Mu... ah, vale. Qué bien estaría saber algo de chino, pero qué difícil ¿no? Bueno, que no te entretengo más, que veo que tienes gente. Me dices cuánto es y ya, si eso, hablamos otro día.

lunes, 4 de agosto de 2008

Paraísos cotidianos

Salvia me sugiere que cuente en uno de estos apartes de mis días lo que le digo en confidencia cuando pasamos rodeando juntos la valla de mi jardín de las delicias. Yo, como en otras ocasiones, no le digo que no. Tampoco le digo que sí. Sólo le sigo transmitiendo lo que pasa cuando entro y lo paseo. Finalmente decido que sí, y aquí se lo describo, evocado a mi manera.

Me alegra verlo abierto, como a mi disposición, casi exclusivo. A diario no puedo detenerme allí dentro, a conversar con la soledad. Sólo algunos días dedico algún rato ganado a las prisas a recorrerlo con algo más de consciencia. Unos primeros pasos me llevan hacia una fuente en torno a la que se vertebra la geometría del dibujo de sus calles. Hasta alcanzar el agua camino bajo la sombra de árboles que han estado ahí durante muchos años. Este fue un jardín anónimo que abrazaba una quinta cercada por altos muros. Desde el exterior sólo se avistaban algunos árboles, que se alzaban desde dentro, como queriendo señalar que allí, junto a sus raíces, el suelo había conservado un mundo ajeno a los pavimentos y el asfalto de afuera.

La quinta ya llevaba muchos años deshabitada y el jardín se había convertido en un bosque algo dejado y enmarañado. Ya nadie desbrozaba, ni limpiaba el suelo de malas hierbas, ni podaba los árboles para dejarlos descargados de ramas inconvenientes.

Debió ser un jardín salvajemente secreto que algún niño disfrutaría haciendo de él su amazónico deleite. Y entonces llegó la idea afortunada de alguien que lo sacó de su destierro. Así pues, los árboles de ayer encajaron en el diseño de hoy y le dieron el poder que sólo tienen los seres muy vividos.

Camino resguardado por su proyección de encaje hecho de sombras y luces hasta llegar al sencillo surtidor que despide con presión ajustada un ramillete de chorros. Agua que describe un arco en el aire y lo rompe después, haciéndolo pasar de su rigidez metálica a la segmentación de varias gotas que se persiguen las unas a las otras. Me parece que son cuentas transparentes que se deslizan escapando del hilo que, hacía unos instantes, las sostenía atravesadas por sus entrañas. Y caen liberadas, ansiando diluirse en el pequeño estanque al que llegan para dejar de ser únicas. En él viven sumergidas algunas plantas de papiro cohabitando junto a las calas, cuyas flores blancas reflejan el sol como pequeñas velas que recogen el viento y multiplican sus rayos.

Continúo refrescado por el agua y las sombras generosas. Me es posible, durante sólo unos instantes, caminar junto a parterres de flores combinadas con tino, hasta llegar junto a las puertas de la casa que se asienta dentro del paraíso. Es la quinta desde cuyo torreón el inquilino siempre enigmático que imagino puede vigilar cualquier cosa que ocurra en sus dominios. Es el guardián del edén, ocupado en seguir el discurrir del tiempo y de quienes lo habitan permanente o, como yo, fugazmente.

Prefiero recorrer este pequeño paraíso por la mañana, cuando la mente no está cargada de pensamientos desatentos. Es este el lugar donde a veces encuentro mis ficciones, las más buscadas, que son lo único real dentro de este absurdo de la vida.